Desde que se tiene memoria, el Lago Blanco (su nombre fue traducido del ruso al inglés como "White Lake") fue un sitio del tranquilo pueblo de Bolotnikovo, Rusia, donde la gente iba a nadar y pescar. Profundo, frío, alimentado por corrientes subterráneas, el lago aportaba regularmente carpas tan gordas como troncos de abedul. Un joven podía arrojarse a sus profundidades desde las ramas de los sauces y hundirse sin tocar el fondo.
Y de repente, una mañana, el lago se había ido. Fyodor Dobryakov fue el primero que lo vio. O que no lo vio, en realidad. Era la última semana del mes pasado y Dobryakov, de 74 años, se dirigía hacia el lago a la mañana, esperando ver aparecer los primeros peces después del deshielo primaveral. Cuando llegó, todo lo que vio fue una delgada cáscara de hielo aferrada a las orillas. Se había ido toda el agua, o casi toda.
"El hielo colgaba sobre un lago vacío. Oí un ruido, y cuando miré mejor, vi que había un abismo y el agua se hundía en el abismo como enojada. Los árboles caían en el lago y eran aspirados dentro también", relató Dobryakov en su casa en una pequeña aldea de pensionados ubicada alrededor de 250 kilómetros al este de Moscú, cerca del río de Oka.
En minutos, todo lo que quedaba del lago de más de 15 metros de profundidad era una silenciosa extensión de fango de 400 metros de extensión. Los peces aleteaban en estertores mortales cerca de la pequeña pero profunda abertura por la que se había ido el agua.
Los funcionarios gubernamentales de la región de Nizhegorodskaya tienen la teoría de que un cambio en el subsuelo del lago abrió un acceso a un canal subterráneo por el que se escurrió el agua, en una cantidad que se estima en cerca de los 800.000 metros cúbicos, hacia una caverna subterránea.
Desde allí pudo haber fluido hacia el río Oka, ubicado a unos kilómetros.
"Esto fue un juicio de Dios. Dios ha dicho que todo aquel que destruya la Tierra será lanzado en un lago repleto de llamas", dijo Sergei Zimin, que llegó jueves desde la aldea de Filinskoye, a algunos kilómetros de distancia. "La gente dice que fue un milagro. Un milagro horrible."
Y de repente, una mañana, el lago se había ido. Fyodor Dobryakov fue el primero que lo vio. O que no lo vio, en realidad. Era la última semana del mes pasado y Dobryakov, de 74 años, se dirigía hacia el lago a la mañana, esperando ver aparecer los primeros peces después del deshielo primaveral. Cuando llegó, todo lo que vio fue una delgada cáscara de hielo aferrada a las orillas. Se había ido toda el agua, o casi toda.
"El hielo colgaba sobre un lago vacío. Oí un ruido, y cuando miré mejor, vi que había un abismo y el agua se hundía en el abismo como enojada. Los árboles caían en el lago y eran aspirados dentro también", relató Dobryakov en su casa en una pequeña aldea de pensionados ubicada alrededor de 250 kilómetros al este de Moscú, cerca del río de Oka.
En minutos, todo lo que quedaba del lago de más de 15 metros de profundidad era una silenciosa extensión de fango de 400 metros de extensión. Los peces aleteaban en estertores mortales cerca de la pequeña pero profunda abertura por la que se había ido el agua.
Los funcionarios gubernamentales de la región de Nizhegorodskaya tienen la teoría de que un cambio en el subsuelo del lago abrió un acceso a un canal subterráneo por el que se escurrió el agua, en una cantidad que se estima en cerca de los 800.000 metros cúbicos, hacia una caverna subterránea.
Desde allí pudo haber fluido hacia el río Oka, ubicado a unos kilómetros.
"Esto fue un juicio de Dios. Dios ha dicho que todo aquel que destruya la Tierra será lanzado en un lago repleto de llamas", dijo Sergei Zimin, que llegó jueves desde la aldea de Filinskoye, a algunos kilómetros de distancia. "La gente dice que fue un milagro. Un milagro horrible."
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